El Duhalde de Larreta
Por Pablo Cano
“Le brillan los ojos…” fue la frase de Máximo que marcará un antes y un después para muchos de los que gustan tunelear entre Balcarce 50 y Parque de los Patricios. Pero sería tonto y apresurado no ver la profundidad política de lo marcado por Kirchner en el cierre de la maratónica sesión que terminó con la media sanción de la readecuación de la coparticipación a la CABA.
“No vine a hablar de Calcaterra y Caputo..” también dijo en un discurso en el cual varias veces forzó su relato y su crítica a la oposición al estricto marco de la política (también se jactó de poder mencionar a Macri sin adjetivarlo). Así las cosas, el conjunto de lo dicho por el jefe de bloque y las conductas mas o menos visibles de todo el arco del oficialismo y la oposición permiten afirmar que aquello que emerge de la mano de la anhelada post pandemia -y en el prólogo de un año electoral- es qué rol y qué proyección se vislumbra para el resto del mandato de Alberto Fernández
El Presidente, peronista porteño, se presta a este juego del tironeo dando definiciones que permiten siempre ubicarlo en un limbo. Allí, una parte de la prensa lo trata de títere rehén al mismo tiempo que lo reviste de contradictor del Patria dando peleas por imponer su poder. Y la oposición también pendula en marcarlo como a un testaferro de su vicepresidenta o revestirlo de la institucionalidad para embestir contra él pero de la cintura para arriba. Esta última oposición racional configura la mirada sobre el futuro de Fernández con un asordinado anhelo: que éste termine siendo el Duhalde de esta crisis generada por el endeudamiento y fuga (+ pandemia) que recibió (el neo duhaldismo visto como una suerte de centrifugadora que seca del líquido de la crisis al ropaje social para un nuevo cliente del poder real use la ropa, arrugada pero seca).
El triángulo electoral cuyo vértice es Larreta y que componen Vidal y Lousteau asume que la crisis es irreversible y que la post crisis no será con Alberto (mucho menos Cristina) porque el ajuste es inevitable que suceda ya sea que este venga de la mano de la racionalidad vía la política o de la ferocidad del mercado vía la devaluación. Y si algo aprendió el post macrismo es que los ajustes lo hacen mejor los peronistas y que los rebotes deben administrarse con peronistas adentro para que su vertiente populista no pueda tener a mano ni los recursos para hacer populismo ni los ajustes sin ellos para hacer promesas. Así se explican el reverdecer de los Monzó y la persistencia de los Frigerio, Santilli y Ritondo.
La sustentabilidad de Alberto, tanto en lo político (bloqueando la discusión de poder del peronismo) como en lo económico (administrando una crisis y, en el peor de los casos, comiéndose el mayor costo de ésta), es central para el proyecto presidencial de Larreta. Este proyecto, que es a la vez el proyecto del círculo rojo, tienta naturalmente al peronismo porteño que sólo sabe de derrotas y que sobrevive en la administración de los recursos de la oposición que, en un distrito como la CABA, son inmensos (haga un listado de los Consejos, los Entes, las Defensorias y los etc y se sorprenderá). Más de 12 años de amigable convivencia han prohijado generaciones políticas que de alguna forma se vinculan con la historia del Concejo Deliberante porteño dónde radicales y peronistas convivían en la alegre despreocupación que permitía hacer política en un distrito rico e intervenido. Lo que Máximo pone en crisis, justamente, es este proyecto de loteo político. Pero sería tonto ver en esto un juzgamiento sobre esa rosca. Lo que pone en tensión Máximo es lo que esa rosca trae atrás, el proyecto político del círculo rojo. Y éste proyecto precisa capturar una parte importante del peronismo, aislar al Kichnerismo y su legado y centralizar el modelo de desarrollo en una argentina del centro geográfico (el famoso mapa de chetoslovaquia) licuando el “centro social”, esto es desapareciendo la clase media llevando una parte hacia la clase media alta (un piso de ingreso de 1500 uss mensuales) y el resto hacia una falsa clase media baja (un ingreso techo de 400 u$$ mensuales). En el fondo (y con el fondo) la discusión no es política, es por plata.
Máximo Kirchner está haciendo, a la vista de todos, un vertiginoso proceso de síntesis de los modos en los que sus padres hicieron política. Hay enojo con flexibilidad (y flexibilidad con enojo), hay muñeca de rosca táctica con convicción de la lectura estratégica y, fundamentalmente, está encontrando su tono -en su voz pública- casi en el medio de dos estilos de oratoria muy disímiles, como lo son el de Néstor y Cristina, pero que siempre apelaban en sus expresiones al país que proyectaban dejando en claro a quien le hablan. Sobre esto llevó su discurso de la mañana del miércoles. Sabe porqué brillan los ojos del que piensa recibir los beneficios del rebote post ajuste y también sabe que la dirección de ese rebote define por muchos años la sostenibilidad de un proyecto de país. En el medio de tanta especulación de corto plazo, reclamar la vista hacia la línea del horizonte también le traerá a Kirchner su costo y su aprendizaje.
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