19 de Diciembre de 2016 - 09:18

Cómo nos cambia la vida diaria la exposición en las redes sociales

La irrupción de las redes sociales está cambiando la dinámica en las relaciones interpersonales. 

La diferencia entre lo que una persona vive realmente y lo que se publica de esas  vivencias en las redes sociales  cada vez más difusa. La audiencia virtual es mucho mayor  que las experiencias cara a cara.

Argentina es el país de Latinoamérica donde más se usa Internet: el 80% de la población lo hace. Los argentinos manejan, en promedio, perfiles de tres redes sociales distintas. Y pasan, en promedio, 193 minutos por día en esas redes: sólo los filipinos, los brasileños y los mexicanos hacen un uso más intensivo.

Con 27 millones de usuarios, Argentina es el quinto país del mundo respecto de la proporción de habitantes que manejan redes sociales, según publica el Diario Clarín.

 “La publicación en redes puede parecer una intimidad expuesta, pero más bien es la imagen que queremos dar para tener cierta aprobación, por lo que revela cuánto el ser humano depende de la mirada de los otros”, explica la autora del libro “El sujeto escondido en la realidad virtual” la  psicóloga Diana Litvinoff.

Según la especialista, “esta dependencia no fue creada por las redes sociales, sino que es intrínseca al ser humano, pero las redes la sacan más a la luz que nunca porque uno puede estar pensando en todo momento cómo va a ser visto por los demás: hablás con un amigo y pensás en cómo saldrá la selfie que te vas a sacar con ese amigo”

“Es cada vez más difícil tener experiencias que no sean pasibles de tomar estado público, sea por propia voluntad, por usurpación o sin que nos demos cuenta”, dice la antropóloga Paula Sibilia

Hay tanto placer como sufrimiento en ese fenómeno. Se juntan tensiones y ansiedades de nuevo tipo, que configuran un aspecto importante del malestar contemporáneo: el peso de saberse siempre observado y juzgado por la implacable mirada ajena, un monstruo seductor al que se ha vuelto necesario satisfacer permanentemente.”

“Hay una suerte de violencia en esa hiperexposición porque se ha vuelto más o menos forzada; y nos estamos acostumbrando a vivir así, con el rostro más pegado a la máscara que antes”, explica Sibilia.

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