15 de Septiembre de 2020 - 17:58

Ganó el telekino, lo perdió, se venció el plazo, la Cábala de un Rey sin corona

La increíble historia del apostador que ganó millones en el Telekino, en Pilar, pero que perdió el premio por el vencimiento del plazo para retirarlo. La cuarentena, la Cábala del Rey y una historia de azar sin protagonistas.

En la víspera del arranque de la cuarentena, alguien fantaseó con vivir mejor. Se pensó a sí mismo dentro de una postal de la holgazanería perfecta, quizás tirado en una reposera con vista al mar y un daikiri de durazno en la mano. Lo imaginó y se puso en marcha. ¿Qué hizo? Apostó por pegar un volantazo en las condiciones de su día a día. Lo de la apuesta fue literal. El 16 o el 17 de marzo entró a la agencia “La Cábala del Rey”, ubicada en la calle San Martín 124 de Pilar, a dos cuadras de la Panamericana. Lo más probable es que el protagonista de esta historia de ascenso social haya sido un varón de clase media baja o directamente baja: las estadísticas sobre quiénes son las personas con mayor predisposición a los juegos de azar así lo sugieren.

Nuestro hombre suburbano, entonces, quiso romper su rutina con la ayuda del Telekino: eligió un cartón preimpreso con los números 02, 03, 05, 06, 08, 09, 11, 15, 16, 17, 20, 21, 22, 23, 25. Abonó los 50 pesos correspondientes. No realizó ninguna otra operación: no pagó boletas, ni cargó la SUBE. Tampoco se mostró demasiado nervioso, alterado o exultante. De haberlo hecho, el dueño de la agencia lo habría recordado. Ramón Ezcurra maneja “La Cábala del Rey” desde hace 30 años. Con ojo clínico, Ezcurra conoce a sus clientes habituales. El comprador de ese Telekino no lo era.

Su entrada al local de Pilar tuvo un único objetivo: volverse millonario. El premio del sorteo  estaba vacante desde hacía cinco semanas. Agrandado de vez en vez, el pozo ya acumulaba un combo de 53 millones de pesos, dos casas, cuatro autos cero kilómetro y tres viajes para cuatro personas (cuatro con destino a Brasil y los otros ocho, al lugar de Argentina que eligiera el ganador).

Para acceder a ese paraíso material, el jugador debía concretar una carambola múltiple: que los 15 números de su cartón coincidieran con los de las 15 pelotitas extraídas de un bolillero, donde rebotan 25 bolitas numeradas del uno al 25. Una escribana controlaría atentamente el procedimiento. Dificilísimo, por supuesto; pero no del todo imposible: más específicamente, las chances son de una en miles de billones. En la publicidad de Telekino, Silvio Soldán todavía lo resume con una pregunta retórica y a su vez tentadora: “¿Y si esta semana te toca a vos?”. Soldán es la voz oficial de esta lotería, dependiente de La Caja Popular de Ahorros de la Provincia de Tucumán. Y con ese eslogan le discute desde hace años a la frialdad corta mambo de la estadística. 

Una vez concretada la compra del cartón, nuestro fantasma suburbano se retiró lleno de ilusiones de La Cábala del Rey. El miércoles 18 de marzo a la noche, sin embargo, sufrió un golpe de realismo pandémico. Alberto Fernández anunció un cambio sensible en la cotidianeidad de los argentinos. Se trató de un giro completamente distinto al desenlace de relax playero con el que soñaba el apostador. 

“A partir de la 00 hora de mañana deberán someterse al aislamiento social preventivo y obligatorio. A partir de ese momento nadie puede moverse de su residencia, todos tienen que quedarse en su casa. Es hora de que comprendamos que estamos cuidando la salud de los argentinos”, afirmó el presidente. La Argentina en bloque entraba en una dinámica desconocida e imprevisible, incluso para Fernández. 

A partir de ese anuncio, las agencias de juego permanecieron cerradas por más de cuatros meses: desde el 20 de marzo hasta el 22 de julio. Y el sorteo del Telekino recién se realizaría el 16 de agosto: cinco meses después de que Ramón Ezcurra vendiera el cartón que resultara ganador. 

El plazo para reclamar el premio vencía el lunes 7 de septiembre a las dos de la tarde. En los días previos, el dueño de La Cábala del Rey ya no tenía expectativas de que el nuevo rico apareciera. “Ninguna persona esperaría hasta último momento para presentarse. Lo debe haber perdido o quizás ni siquiera se enteró”, razonó Ezcurra. 

La única forma de proclamarse ganador del Telekino era (y es) con el ticket en la mano: los cartones de ese sorteo incluyen códigos alfanuméricos y de barras, más un sello de agua que impiden su falsificación. Con tales requisitos, imposible tirarse un lance. El local de Pilar cuenta con cámaras de seguridad. Pero las grabaciones se borran automáticamente cada 30 días. Para septiembre ya no había manera de identificar en las filmaciones al millonario trunco. Ezcurra lo rastreó sin éxito por el barrio. El lunes 7 de septiembre a las 14 horas cerró oficialmente el lapso oficial para llevar el cartón premiado.

Al no quedar vacante, porque en rigor hubo un ganador, el pozo fue repartido en hospitales de Tucumán. Nuestro personaje misterioso donó indirectamente sus millones, sus casas, sus autos y viajes a la salud pública. Un gesto noble, aunque involuntario. El comprador del Telekino de la agencia de Pilar se convirtió en una paradoja andante: afortunadísimo y maldito, en la misma medida y con apenas cinco meses de diferencia. 

Si efectivamente ignoró el frenesí que lo tuvo como protagonista, a esta altura es preferible que se mantenga así. En la película La Tregua, dirigida por Sergio Renán y basada en la novela de Mario Benedetti, figura una lección al respecto. Al oficinista Sierra, usual víctima de bullying por parte de sus compañeros, le juegan una broma siniestra. Un lunes a la mañana le hacen creer que ganaron el Prode colectivo, llenado por uno de los empleados de la empresa. En 1974 el Prode era un boom cultural y comercial. En 1972, el sainete entre Mercedes Ramón Negrete, un obrero paraguayo de 26 años, y su novia Fabiana López había conmocionado al país. Tras haber ganado 340 mil dólares, Negrete abandonó a López, generando repudios y congratulaciones de tono machista.

En la ficción de La Tregua, se suponía que el grupo de diez administrativos había ganado 740 millones de pesos. Interpretado por Walter Vidarte, Sierra se saca frente al anuncio de que acertaron el resultado de los 13 partidos: “¡Nos retiramos todos. Se acabó!”, grita. “Se a-ca-bó, se a-ca-bó, se a-ca-bó”, repite en trance, mientras destruye las hojas de una carpeta. Cuando el patrón sale de su oficina a raíz del alboroto, ya no había forma de parar a Sierra. Estaba desencajado. “Cerdito querido. Tengo una noticia para vos: somos millonarios. ¡Millonarios! Y vos te podés ir al carajo”, le plantea al jefe. Los compañeros tratan de calmarlo. Pero Sierra no los escucha. “¿Todavía le tienen miedo? Si lo podemos alquilar para que nos abra la puerta del auto”, les explica.

En la escena siguiente, Sierra está llorando en el baño del trabajo. A diferencia de nuestro millonario por 22 días, el oficinista de La Tregua fue plenamente consciente de su subibaja, tanto patrimonial como emocional. Apesadumbrados y culposos, los bromistas se le acercan. Le ofrecen hacer una vaquita y sostenerle el sueldo hasta que consiga otro trabajo. Sierra no responde ni los mira. Sentado en un inodoro, se sostiene la cabeza con las palmas de las manos. Ellos le insisten. Sierra levanta la vista y les ruega: “Por qué no se van a la mierda”.

Andrés.fidanza.
 

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