Santiago Cafiero, la peste, las balas y el banquete de las fieras
El Jefe de Gabinete se presentará en el Congreso, ante los legisladores, que se preparan con un arsenal de interrogantes. La realidad, el virus y la voracidad de una oposición excitada por el olor a debilidad del Gobierno. Una nota de Andrés Fidanza.
Por Andrés Fidanza
Mientras su papá asumía como ministro de Desarrollo Social de Fernando de la Rúa, Santiago Cafiero manejaba un merendero con apoyo escolar. Estaba ubicado en la esquina de Neyer y Rolón, dentro de la villa La Cava de San Isidro. Fue unos meses antes del colapso de diciembre de 2001. Santiago tenía 21 años. El palacio y la calle, representados literalmente y en simultáneo por un padre y su hijo. Una familia peronista.
El actual jefe de gabinete hizo pie en esa villa de la mano de dos curas que vivían en La Cava, llamados Aníbal Filipini y Jorge García Cuerva. En el 2000, todavía no se los conocía como curas villeros. Con la ayuda de Filipini y García Cuerva, Cafiero y un grupo de compañeros se instalaron en esa casita. El dueño les prestó el fondo del terreno para que sirvieran mate cocido y algo para picar a la tarde.
En marzo de 2001, su papá Juan Pablo asumió como ministro de Desarrollo Social de Fernando de la Rúa. Juanpi Cafiero había roto hacía varios años con el peronismo. O al menos con el PJ representado por Carlos Menem. En 1990 había sido parte del Grupo de los ocho, junto a Germán Abdala, Darío Alessandro, Carlos "Chacho" Álvarez, Luis Brunati, Franco Caviglia, Moisés Fontela y José "Conde" Ramos. En desacuerdo con las políticas neoliberales de Menem, los diputados se alejaron del oficialismo. Después fundarían el Frente Grande y el FREPASO, hasta desembocar en La Alianza.
El papá de Santiago duró apenas cinco meses como ministro de Desarrollo Social. Renunció en octubre de 2001. El tío de Santiago y hermano de Juan Pablo, Mario Cafiero, también se había corrido del peronismo. En las legislativas de 2001, Mario (quien murió hace menos de un mes) fue candidato a diputado nacional bonaerense por el ARI, la fuerza liderada por Elisa Carrió.
Casi 20 años después, Santiago completó el cursus honorum militante: pasó del territorio a la Casa Rosada, con escalas intermedias en las segundas líneas del Estado. Eso, más una apuesta por el randazzismo que le enseñó el valor de la unidad peronista. Ahora le toca ser una especie de frontman principesco, picante y galán, pero a la vez puesto en jaque por la crisis pandémica. El miércoles rendirá su tercer examen en el Congreso, esta vez ante las preguntas inquisidoras de los senadores.
Apenas asumió como jefe de gabinete, su figura ya arrancaba doblemente ensombrecida: por un presidente omnipresente, tanto en los medios como en la cocina del gobierno; y por el hecho de ocupar un cargo al que sus antecesores le dieron un perfil muy alto, desde 2003 a la fecha. Alberto Fernández actuaba de forma casi paritaria con Néstor Kirchner. Sergio Massa representaba un rol de cintura y equilibrio político que Cafiero no expresa. Y Aníbal Fernández era un perro de presa.
Incluso Mauricio Macri ató su suerte a la estrategia de Marcos Peña.
A esa pesada herencia, se le agregó lo inesperado. Peste universal, sobre una fractura social casi estructural de la Argentina. Y ambos factores, potenciados por el fiasco de la performance macrista. Ese combo evidenció ritmos e iniciativas desparejas en el gabinete. El loteo de los ministerios entre las distintas tribus que componen la coalición de gobierno dificulta la coordinación por parte de Cafiero. El nieto de Antonio baraja voluntariosamente el espíritu asambleario de las decisiones sobre economía, producción, deuda y política cambiaria. Y lo hace con éxito dispar.
Pero ese desacople está lejos de constituir su mayor desafío. Con casi un año de gobierno a cuestas, la capacidad y buena estrella de Cafiero están eclipsadas por otra realidad que proviene de la calle: casi seis de cada diez chicos son pobres. El miércoles, una oposición excitada por el olor a debilidad oficialista le hará sentir el rigor en el palacio. Será la tercera exposición de Cafiero en el Congreso. Su performance coincidirá con el momento de mayor vacilación gubernamental.
La metralleta cambiemita meterá cizaña sobre la pobreza, el dólar, los más de 20 mil muertos por Covid, la puja con la Corte Suprema, la tensión con la Rural, la agenda paralela de Cristina, los éxodos masivos, el paralelo con Venezuela y la democracia en juego. El delegado albertista le pondrá el cuerpo a ese engrudo de conflictos reales, abismos posibles y dramas imaginarios. En ese punto, su trabajo se parece a la escena final de Scarface.
NOTAS RELACIONADAS
-
Gerardo Zamora, Wado de Pedro y el presidente de la Casa Ana Frank iniciaron un concurso literario contra el odio y el racismo
-
Los diputados tucumanos Rossana Chahla y Carlos Cisneros presentan un proyecto de ley para garantizar la vida en los natatorios de acceso público
-
Juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa: la defensa de los rugbiers expone sus argumentos