Javier Milei: "Trump es Gardel tocando la guitarra eléctrica"
Bajo la égida Milei-Caputo se intensifica la problemática de los deciles más bajos de ingresos y, en contrapartida, se generaron ganancias financieras en poder de élites económicas. El fenómeno de la concentración se la renta se instala como regla de oro de la economía libertaria. Una reforma laboral que embiste la integridad psicofísica de los trabajadores.
Por Marco Esdras
Mientras el S & P Merval marca récords inéditos, los ADR’s aumentan sus valores en orden del 70 % desde los comicios de medio término y los bonos resurgen prometiendo upsides superlativos, los asalariados y los jubilados padecen los apremios de un régimen rentístico que se retroalimenta en desmedro de la participación del trabajo en la composición del PBI.
La economía se desenvuelve en un terreno de calma relativa sobre la que se respalda una clase media acomodada y la clase alta. Mientras tanto el proyecto de ley de presupuesto habilitaría al Ejecutivo a tomar deuda en dólares durante 2026 por USD 35.000 millones. Se habla del mundo cripto y de inversiones en inteligencia artificial. Sin embargo, en el interín los salarios se destrozan en términos reales y bajo el leitmotiv de que la inflación va a desaparecer en algún momento, los políticos se engullen una victoria pírrica que la aleja del termómetro de la realidad de la calle.
Mientras tanto, el pueblo debe escuchar a un declamatorio presidente de la república que aclama a viva voz a Donald Trump: “Trump es Gardel con guitarra eléctrica”. Los EE. UU tienen un problema mayúsculo con aristas dantescas: 1) el crecimiento del PBI genera una escala creciente concentrada en el 1 % de los que mayor patrimonio tienen 2) una pérdida constante del valor de compra del dólar y 3) un preocupante deterioro de la salud mental de sus trabajadores.
Desde la Revolución Industrial, el crecimiento económico se percibe como un motor indispensable del progreso. Gobiernos, empresas e instituciones internacionales adoptan políticas que priorizan el aumento del PIB, a menudo en detrimento de las dimensiones social y ecológica.
Pero este objetivo omnipresente tiene un costo humano. La competencia encarnizada, las interminables jornadas laborales y la inestabilidad económica crean unas condiciones propicias para la ansiedad, la depresión y otros trastornos mentales. En los países de la OCDE, entre un tercio y la mitad de las nuevas solicitudes de prestación por invalidez se deben a problemas de salud mental. Según el informe, esta proporción superaría el 70% en adultos jóvenes.
Ahora bien, en Argentina relucen figuras tales como la de Federico Sturzenegger que con sus ideologías y actos pretenden aniquilar a las personas quienes resultan inermes frente a la acumulación de renta por parte de las élites. Y lo peor de todo, es que se trata de rentas financieras que no surten un auténtico valor agregado. Así entonces, si todas las economías del mundo fueran Singapur, Suiza o Malta: existiría una terrible hambruna mundial y no precisamente en el sentido malthusiano.
La relación entre pobreza y salud mental está bien documentada. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), mientras que 970 millones de personas (el 11% de la población mundial) sufren trastornos mentales, “las personas con bajos ingresos tienen hasta tres veces más probabilidades de padecer depresión, ansiedad y otras enfermedades mentales comunes que las personas con ingresos más altos”.
Las personas que viven en la pobreza extrema están expuestas a factores de estrés crónico debido a la falta de seguridad financiera, la falta de acceso a servicios de salud mental y el estigma social.
La constante exigencia de productividad, combinada con una desconexión creciente entre el trabajo realizado y su sentido intrínseco, alimenta un sentimiento de vacío y agotamiento.
Las largas jornadas laborales, los objetivos a menudo inalcanzables y los entornos de trabajo estresantes crean un terreno fértil para el síndrome del trabajador quemado. Esta presión no solo se siente en las grandes empresas, sino que también afecta a las pequeñas organizaciones y a los trabajadores autónomos, que se ven atrapados por las exigencias de un sistema económico que valora el rendimiento a toda costa, en detrimento del bienestar individual. En lo que respecta a la salud mental en el trabajo, la OMS afirma que solo el 35% de los países dispone de programas nacionales de promoción y prevención para los trabajadores. Sin embargo, a Javier Milei no le preocupa la Microeconomía ni la Economía del Bienestar.
Es preciso replantear la organización de la economía para volver a situar a las personas en el centro. Las medidas de flexibilización del empleo han desempeñado un papel determinante en el aumento de los problemas de salud mental entre las personas con bajos ingresos, ya que conllevan una reducción de los contratos de trabajo de larga duración, un aumento del trabajo a tiempo parcial, ocasional o autónomo y una reducción de los salarios y las protecciones de los trabajadores. De hecho, en la actual economía digital, que funciona las 24 horas del día, los 7 días de la semana, a veces es menos arriesgado para la salud mental estar desempleado que aceptar un trabajo precario, ya que la inseguridad, la falta de un salario decente y los horarios impredecibles hacen imposible alcanzar un equilibrio saludable entre la vida laboral y personal.
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