26 de Mayo de 2019 - 10:52

Roberto Lavagna, el economista que nunca aprendió a ser político

En la historia argentina, es el economista que tuvo más momentos propicios para volverse un líder político. Comandó la salida de la recesión, fue presentado por el candidato presidencial Néstor Kirchner como símbolo de continuidad, cerró el mayor canje de deuda pública de la historia mundial, preparó el histórico pago al FMI (aunque finalmente no salió en la foto), obtuvo más de 3 millones de votos en una elección presidencial, y hasta hace poco formaba parte de una fuerza política que aspiraba a entrar al balotaje. Ni siquiera Domingo Felipe Cavallo tuvo tantas oportunidades. Lavagna, tiempista y sereno como hacedor económico, desaprovechó una a una sus chances de volverse un político de fuste.

Por Lucio Di Matteo

Corría marzo de 2003. Argentina había iniciado su recuperación económica pero seguía en default. La Sociedad de las Américas de Nueva York esperaba la disertación del ministro Roberto Lavagna, y no existía la mínima certeza sobre quién sería el próximo presidente: Néstor Kirchner, Carlos Menem, Ricardo López Murphy, Elisa Carrió y hasta Adolfo Rodríguez Saa tenían chances de llegar a un balotaje.

Por esas casualidades tan típicas, pero también tan recurrentes de un capitalismo siempre pendiente de lo financiero, la visita de Lavagna a la capital del mundo (aunque formalmente no lo sea) coincidía con un mal día de los llamados “mercados” (financieros, claro). Mientras secretarios, subsecretarios y asesores se desesperaban a su alrededor, preguntándole o hasta aconsejándole hacer algo, Lavagna hizo gala de su carácter flemático: “Los días malos duran 24 horas. No hagamos que sean más largos. Esperemos que hoy termine”.

El tiempo le dio la razón. Lavagna no acudió a los mega-paquetes de medidas de Cavallo, que terminaron con un país en disolución. El economista proveniente del peronismo, también ex funcionario de Raúl Alfonsín, prefería una medida por vez, y dejar que tanto los “mercados” como la sociedad en general las asimilen. Para ello, en el exitoso proceso económico que terminó con la salida del default y el pago al FMI, Lavagna contó sin embargo con dos ventajas que él no generó. Una es que el shock económico lo había realizado Jorge Remes Lenicov, haciendo el trabajo sucio para que luego “El Pálido” (como lo apodaba Néstor Kirchner) cosechara los resultados. Otra ventaja, que Lavagna nunca va a reconocer, es que formaba equipo con un líder político talentoso y trabajador, pero que además entendía el funcionamiento de la economía en un país tan particular como la Argentina: Néstor Kirchner.

De espaldas al fotógrafo y a 3.200.000 votos

Un centenar de días antes, integrando la fórmula de la Unión Cívica Radical (UCR) con Gerardo Morales, Roberto Lavagna había obtenido 3.230.236 votos en la elección presidencial, casi el 17% del total. Había quedado detrás de la ganadora Cristina Fernández de Kirchner, que obtuvo 45,3% de los sufragios, y de Elisa “Lilita” Carrió, con un 23%.

Con una dosis de paciencia, visión política, sostenimiento de su alianza con los radicales y un cúmulo de virtudes que sólo los políticos de raza tienen, Lavagna podría haberse erigido como el líder de la oposición. Pero el 2 de febrero del 2008, en una jugada absolutamente sorpresiva, acudió a la Residencia de Olivos para entrevistarse con Néstor Kirchner, con la excusa de “reorganizar el Partido Justicialista”.

Un fotógrafo oportuno, Kirchner y Lavagna mirando hacia atrás a la cámara (como la recordada foto de Carlos Menem y Raúl Alfonsín con el Pacto de Olivos), y la aceitada relación que tenía entonces el kirchnerismo con Clarín, hicieron el resto. Néstor, el animal político, el que a la mañana contaba plata y a la tarde contaba votos (como alguna vez lo definió un amigo), le había puesto una jaulita con alpiste adentro. Roberto había entrado a comerlo. Como en la histórica foto del Pacto de Olivos, había un animal político dominando el centro de la escena, y un actor secundario aceptando ser parte de la misma. 

Las reacciones del día posterior fueron tan esperabas como crudas. Su ex compañero de fómrjula, Gerardo Morales, habló de traición y lo calificó de “lamentable y patético”; Carrió dijo que ella quedaba como la “única oposición”; Ricardo Alfonsín se preguntó que pensaba Lavagna de “un gobierno que promueve el capitalismo de amigos, y qué seguirán pensando del Indec”; y se lo calificó como “el nuevo Borocotó”.

En una muestra más de su inocencia política, Lavagna hizo difundir por algunos medios un “crítico documento” que le había acercado a Néstor Kircher. “Es un presidente sin palacio, se cree que sabe de política”, expresa, con sonrisa burlona, un ex operador político del actual candidato por el sello (aún no es partido) “Consenso 19”. “Tiene más ego que visión política. Los radicales le comieron la billetera, sumaron concejales, diputados y senadores, mientras que al lunes siguiente de la elección Lavagna tuvo que volver a trabajar en Ecolatina”, agregó. 

A menos de 15 días de su foto con Kirchner, Lavagna se sentía solo, deprimido, y encontraba refugio en la jardinería. Así lo reflejó una exquisita y divertida nota de Perfil: https://www.perfil.com/noticias/politica/lavagna-solitario-y-deprimido-despues-del-pacto-siente-que-kirchner-lo-uso-y-que-lo-estan-estigmatizando-20080215-0052.phtml

Consenso 19: ¿la venganza de Paolo Rocca?

Pasaron más de once años, Alternativa Federal tenía -¿aún la posee?- la chance de llegar al balotaje contra el kirchnerismo si Macri sigue derrumbándose, Roberto Lavagna era uno de los presidenciables de ese espacio, y la visión de sí mismo volvió a conspirar contra un armado político viable. “Roberto es un estadista europeo. Si esto no funciona, se vuelve a su casa a seguir leyendo”, dijo hace poco un ladero suyo, en ese tipo de declaraciones que bien pueden ser sinceras o un título de la Revista Barcelona.

La última semana, tras Cristina sorprendiendo con su candidatura a vice, la novela de enredos fue Alternativa Federal, con Lavagna ubicándose afuera, luego adentro, y finalmente afuera de vuelta. Su última declaración (por ahora), pocas horas después de su breve reunión con Miguel Angel Pichetto, fue: “No me meto más en la interna de Alternativa Federal, que hagan lo que gusten”.

Lavagna insiste en consensuar casi todo, menos que el candidato a presidente, sin pasar por internas, sea él. Soñó ser ungido en una fórmula con Pichetto, y hasta habían pensado un eslogan: “Dos hombres de Estado”. Cuesta imaginarse esa frase en alguna esquina del Conurbano bonaerense, donde se juega gran parte de la elección nacional y Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo la figura más apreciada.

Quizás la candidatura de Lavagna sea una movida de Paolo Rocca, el dueño de Techint que nació en el Norte de Italia, y vio como el hijo de un italiano del Sur -a Mauricio Macri lo apodan "El Calabrés"- lo hizo desfilar por Tribunales como si fuera un ciudadano más. “Se quiere quedar con Techint por dos pesos”, se escuchó mascullando bronca a directivos de la multinacional argentina, apuntando a un presidente más exitoso en generar negocios para sus amigos y su familia que para cualquier otro menester. 

Lavagna puede ser, para Macri, lo que Alternativa Federal es a la fórmula Fernández-Fernández: una excusa para restarle votos. “Cada vez se nota más que están puestos e incentivados por nosotros”, confiesa un operador del macrismo, en referencia a Schiaretti, Pichetto y Urtubey. La última semana, Macri se sacó foto con los tres, y las difundió convenientemente por redes sociales. Sergio Massa quedó fuera de esa lógica. 

El abierto panorama electoral convierte a la mayoría de los actores en perros del hortelano: no comen ni dejan comer. Eso son hoy Lavagna, el esposo de Isabel Macedo y el cordobés que no honra la memoria de su mentor Juan Manuel de la Sota. El que se anime a más tendrá premio. Algo que ya entendió Cristina Kirchner, y que parece guiar la ambición y las acciones de Sergio Massa. 

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